Pedimos un agua y una cerveza en el Korea Garden, en Lilongwe, mientras esperamos a las doctoras que hemos conocido en el Veg-Delight, un restaurante indio. Escribo estas líneas mientras comentan cómo ha ido el día, y los casos más extraños con los que se han encontrado.
Ellas son María Gómez, Raquel Adsarias, Rasha Pérez y Beatriz Sánchez. Viven en Lilongwe, Malawi, desde hace 5 semanas.
¿Por qué habéis venido a Malaui?
Maria: es por un motivo personal. Quiero conocer el mundo. Normalmente vives en una parcela, aislada del mundo, y esta es la manera de saber qué es lo que está pasando fuera de ella. Siempre he querido saber qué pasa en el mundo. Cuáles son las reglas que rigen el mundo, que además, son muy diferentes de las que vives en el tuyo. Y ser médico te permite entender las entrañas de lo que está pasando, y te llevas lo mejor y lo peor de los sitios. Es un motivo totalmente egoísta, porque es para conocer el mundo, y apreciar las cosas que has perdido por el camino.
Rasha: A mi me ha interesado siempre la cooperación con países en vías de desarrollo, así como las luces y las sombras que integra. La cooperación también tiene intereses, y se basa en muchos casos en dar el pez sin enseñar a pescar. Pero como en todo, hay que conocer las cosas desde dentro para saber cómo funcionan y qué puedes hacer desde tu parcela. Otro de los motivos es que tampoco tenía del todo claro si yo era capaz de hacer cooperación, porque en tu país tienes más comodidades y se hace medicina de forma totalmente diferente. Nosotras venimos a trabajar codo con codo con los médicos de Malaui. La parte mala que veo es que no podemos formar a otros estudiantes, ya que tenemos dificultades para comunicarnos en un idioma que no es nuestra lengua nativa, y además tampoco somos expertas en enfermedades tropicales. Venimos a sacar trabajo pero, como residente, sobre todo vienes a aprender. Este proyecto te mide, te muestra si vas a ser capaz de tirar adelante, sintiéndote cómoda, tanto con sus luces y sus sombras. Participar aquí hace que te lleves una experiencia personal que te influye totalmente.
Maria: Sí que es un proyecto que, aunque cada una venimos por su propia razón, hay un montón de objetivos compartidos… todas venimos a aprender y a trabajar.
Rasha: También vemos que aquí la esterilidad, el confort del paciente… muchas veces no es lo más importante. Hay los recursos que hay. Cuatro pacientes comparten una cama. Pero hay otras cosas que no tienen nada que ver con los recursos que no se tienen en cuenta. Por ejemplo los guantes estériles. Nosotras vimos al principio que no se usaban los guantes estériles, que existen en el hospital. En mi hospital no se hacen punciones lumbares sin guantes estériles, y es lo que hemos aplicado en Malaui. Y sí que veo que con estas pequeñas acciones transmitimos esa preocupación aquí. A veces también te vuelves más permisiva porque los recursos no te permiten ser más exigente. Aquí no se puede sedar porque no hay fármacos… y no puedes.
Raquel: Mi motivo principal es el de aprender a trabajar en un país en vías de desarrollo, conocer una nueva forma de trabajo y concretamente en la mejora del manejo del paciente pediátrico grave o de urgencias.
Beatriz: Vine porque siempre quise hacer algo de cooperación y esta es una oportunidad. Mi idea inicial no era pediatría, pero me está sorprendiendo para bien. Y creo que es algo que se tiene que hacer en la vida.
¿Qué diferencia hay entre cooperación y voluntariado?
Rasha y Maria: Voluntariado es gratuito, pero cooperación no. Por ejemplo, el personal que trabaja en Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja, tienen una nómina. En este programa, venimos como residentes, dentro de un programa formativo de cuatro años y que te dejan hacer una rotación externa. Y nosotras decidimos hacer parte de nuestra formación aquí.
El principio de viabilidad de un proyecto de cooperación es que cuando tú te vayas, el proyecto siga adelante. Si el proyecto de cooperación depende de tí, eso no va a ningún lado. Este proyecto es especial porque vienes a trabajar de tú a tú, cobrando el sueldo de la residencia, desde nuestro país. Sentimos que estamos a la misma altura que nuestros compañeros malauitas. Vienes a trabajar en la estación pico de malaria. Ofreces mano de obra ahora que lo necesitan. Cuando marchemos habremos aportado nuestro trabajo, y esperamos algunos conocimientos. Pero no un plan desarrollado para que siga funcionando cuando no vengamos.
La gente del proyecto, tras 10 años de trayectoria, ve que la sanidad malauita evoluciona, y el hecho de que haya alguien trabajando codo con codo genera retroactividad. Vemos otros casos en que los consultants se sitúan en un puesto diferente, ya que generalmente no ven pacientes y sólo responden dudas. Pero nosotras ofrecemos nuestras manos, es decir, nuestro trabajo. Nos preocupamos por los pacientes porque son nuestra responsabilidad, y creemos que los médicos malauitas lo ven. Al no estar en una posición de superioridad, creemos se genera una cooperación dónde todas las partes aprenden.
Habladnos más del proyecto
Rasha: El proyecto lo montó una adjunta que es psiquiatra. Empezó ayudando a unas monjas misioneras. En una época de bonanza en las arcas aragonesas, había dinero para emprender multitud de proyectos. Sacaron una bolsa de trabajo de colaboración con Malaui. Ella quería montar una proyecto de psiquiatría, pero cuando llegó aquí vio que la psiquiatría aquí no era tan necesaria como la pediatría. Tras la crisis, el dinero se acabó, así que una manera de mantener el proyecto era usar a los residentes, ya que se pagan con su contrato de formación. También se venden calendarios que usan para comprar medicamentos. Hace unos años, nuestro proyecto era la única fuente de ceftriaxona en el hospital.
Al principio venían dos personas, un médico y una enfermera. Pero cada vez se ha ido sumando más gente. A las enfermeras que acompañan a los residentes de pediatría que no son a su vez residentes, se les paga el viaje y 500€ al mes, para los gastos en Malaui. Con eso te pagas básicamente el alojamiento y las comidas. Por el dinero obviamente no lo hacemos, porque aquí vas a gastar más dinero del que vas a ganar. Pero por supuesto, te llevas un gran beneficio personal y profesional. Como siempre que viajas, que siempre te compensa.
¿Cómo es vuestro día a día?
Raquel: Nuestro día empieza a las 6:30. Desayunamos juntas, y a las 7:15 vamos andando hasta el hospital, unos 45 minutos, vestidas de azul con el uniforme. Llegamos al hospital, dónde se realiza el pase de la mañana, donde se comentan los pacientes ingresados en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) y se explican las defunciones de la noche anterior. En el sistema español, se explican los ingresos en vez de las muertes. También se debate entre los compañeros cada defunción para mejorar el sistema de trabajo: cuál ha sido la causa de la muerte y qué se ha hecho para poder evitarla. Luego se hace una sesión formativa de actualización pediátrica para todo el staff. Posteriormente empieza el trabajo en la sala de urgencias. La sala de urgencias tiene unas 30 camas, de esas 30 camas, 3 son pacientes muy graves, y más o menos hay unos 3 pacientes por cama, junto a sus madres. Con los clinical officers coordinamos cuál es la zona de camas de cada una. Establecemos plan de acciones, trasladamos a pacientes… Y suele haber un adjunto con el que consultar las dudas de pacientes más complejos. Nuestra intención siempre es visitar a los pacientes con un estudiante de medicina malauita, para que ellos aprendan lo que puedan de nosotros, y que nos ayuden con el idioma, el chichewa. De 12:00 a 14:00 el ward se queda vacío, es la hora de la comida, excepto por nosotras que comemos en horario español, entre las 14:00 y las 15:00.
Otra cosa que intentamos es que las pruebas de laboratorio se lleven a cabo. En Malawi no existe la función de celador y no hay una persona determinada en transportar las pruebas realizadas al laboratorio, por lo que cada una lleva las pruebas de sus pacientes, porque de lo contrario se quedan olvidadas o perdidas en la sala de urgencias. En nuestro día a día también nos encontramos que no hay suficiente sangre en el banco de sangre para hacer transfusiones. Tienes que ir yendo a ver si hay sangre. Vas por la mañana, vas por la tarde, vas mañana… hasta que llegue sangre. Los niños tienen prioridad si su familia son donantes de sangre; y si no hay sangre cruzas los dedos para que el niño aguante hasta que haya sangre.
Y así es, hasta las 16:00, que entra el equipo de guardia, a los que se les comenta los pacientes más graves de la sala de urgencias.
Entonces llegamos a casa, muertas de hambre, en tuktuk, tras negociar el mismo precio que negociamos cada día. Comentamos que tal ha ido el día. A veces salvamos vidas, pero a veces no.
Rasha: Esto lo comentamos porque nosotras no estamos acostumbradas a que se nos mueran tantos niños. No estás acostumbrada a que se te muera un niño por una bronquitis. No te acostumbras nunca, pero conforme más lo ves lo sobrellevas algo mejor. Pero aún así...
María: Hoy, Rasha y yo, estábamos en cada cama con un paciente. Hemos oído que Raquel nos llamaba gritando. Eso significa que hay un niño parado. Una estaba haciendo el masaje, otra ventilando… esto no pasa en tu país. Los niños no llegan tan graves. En un hospital de ahí, un niño parado está monitorizado. Está con millones de cables, con adjuntos al lado… no tienes que reanimarlo tú. Aquí intentas reanimar, 20 minutos, no ha remontado, no conoces al paciente… has hecho todo lo que has podido, ves a la madre que está llorando, le das una palmada en la espalda, y vuelves a mirar a los otros pacientes con los que estabas. Esto no pasa en España. Aquí, tienes que abstraerte, porque tras intentar una reanimación, tienes un montón de trabajo más.
Hay semanas que tienes tres reanimaciones al día. Y no salen bien. Para que un niño se pare, tiene que estar muy enfermo. Y aquí no se intuban a los pacientes. Cuando un niño está parado, o respira por si solo, o tras un tiempo tienes que parar. Y parar significa que el corazón le late, pero como nadie puede estar dando insuflaciones, respirando por él 24 horas al día, la opción es dejar de asistirlo. El niño está vivo, pero como no se puede intubar y nadie va a quedarse toda la vida ventilando, el niño va a morir.
María: La experiencia en el hospital no son las condiciones. El primer día te impacta, pero lo superas. La madre está comiendo al lado mientras la otra está durmiendo y entre ellas se despiertan… cero manías. Son las condiciones de aquí, no hay más recursos. Esto en Barcelona o Zaragoza es impensable. Las madres colaboran mucho y a eso te acostumbras muy rápido. Pero lo de que se te mueran los niños por cosas que en tu país no se morirían… porque no lo quieres pensar, pero…
Raquel: de mis últimos días, tengo dos recuerdos felices y dos que no. Uno de los felices está relacionado con un niño muy grave con malaria cerebral que estaba convulsionando constantemente. Con la madre no nos entendíamos, porque ella hablaba chichewa y yo inglés. Le expliqué como pude que si el niño convulsionaba, me avisara. Y eso hizo: ella me avisaba siempre que convulsionaba. Pasaban los días, ella me iba avisando… y un día el niño desapareció. Eso significa que o ha mejorado y lo han trasladado o que ha fallecido. Al cabo de los días, la madre vino a despedirse con su niño en el jitenji, y el niño mirándome, normal, totalmente recuperado, ¡No podía creerlo! Ese día fue increíble.
Rasha: Las madres, además, se quedan con tu nombre, te dicen que se van a casa… realmente ves el agradecimiento. Es lo mejor de la profesión. Que te reconozcan el trabajo es lo mejor. Además, ver una recuperación de una malaria cerebral, en la que el paciente está prácticamente en coma, y ver cómo prácticamente se recupera completamente es increíble. Las madres te ven, te sonríen, no saben decirte nada pero te señalan al niño alegres, como diciendo “¡mira cómo está!”
¿Qué diferencia hay entre un hospital de Cataluña y uno de Malaui?
María: Lo evidente es que los recursos no son los mismos. Es innegable. Pero la diferencia que más te llama la atención es la enfermedad en sí. Que los niños estén enfermos porque no han comido es difícil de aceptar. Que la malnutrición sea la principal causa de muerte es increíble. Claro, realmente es la malaria, pero la malaria no se pasa igual si pesas 30 kilos que si pesas 15. Y también impacta que aquí se le hace la prueba del sida a todos los niños que entran al ward.
Rasha: También me parece increíble el personal. A veces decimos que no hay problemas de personal, porque hay bastantes clinical officers, que es un rol que en España no existe. Son personas que sólo estudian 3 años, pero pueden ejercer como médicos. Son los que prácticamente llevan el hospital. Como son un rol que sólo existe en Malaui, ellos no se pueden marchar a otros países a trabajar, cosa que sí que hacen los estudiantes de medicina. Lo que pasa es que los technical officers no se mueven tanto como lo hacemos nosotras. Nosotras vemos un niño con hemoglobina a 3, y te disparas a buscar la sangre para hacer la transfusión. Pero ellos no, lo dejan apuntado y esperan a que se haga. También tenemos que pensar en lo que cobran y las horas que le echan. Les pagan 4 duros, y hacer así el trabajo es una forma de sobrevivir al estrés. Hay 400 niños ingresados y sólo hay 4 technical officers por la noche. Son unos volúmenes de pacientes enormes para tan poco personal… y desde luego puedo entender que si no te pagan bien, te vayas a otro país. ¿Por qué este niño se ha muerto esta noche? Pues porque sólo había una persona en el ward, y si no lo ve porque la madre no lo avisa, no puede hacer nada. A veces es la desidia de la gente, pero también hay que entender la situación en la que se encuentran los médicos malauís. 100 niños por médico, niños que no son fáciles, muy y muy graves. Son los mismos que también tienen que atender a la UCI. Son unas cantidades de trabajo muy salvajes.
Raquel: Otra cosa: Aquí, los niños llegan muy, muy tarde. Antes de venir al hospital, han ido al curandero, y han estado ahí un par de semanas. Y como viven a tantos kilómetros del hospital y el transporte es muy costoso para las familias, cuando llegan muchas veces ya es demasiado tarde.
¿Qué es lo que más os ha sorprendido?
Raquel: Las muertes. Ver morir a tantos niños en un período de tiempo tan corto. Hacer tantas reanimaciones al día. Era algo que era impensable. Por suerte, gracias a la cooperación éstas han disminuido más de la mitad y ahora se sitúan en el 3% cada mes.
María: las madres. Las madres no son nada demandantes, son muy conformistas. En España la madre que tiene a su hijo con un poco de fiebre no te deja en paz. Aquí, a lo mejor es por cómo es la vida, pero no te avisan. Al principio crees que es pasotismo. Pero es que no lo ven, no entienden lo que está pasando. Y seguro que no es que no les importe, porque cuando el niño muere, pasan horas llorando en el pasillo. Dejan el kitenge encima del niño, tapándolo, y ya está. En España las madres se acercan al niño, le cogen la mano, le cierran los ojos. Aquí, se apartan, se marchan al pasillo y chillan, lloran, cantan, rezan…
Rasha: a mi también me ha llamado la atención que la gente es muy alegre. En España el ambiente del hospital es un poco lúgubre. Aquí, las madres se ríen un montón con nosotras. Cuando nos oyen hablar en chichewa se ríen a corrillos, sonríen… cuando el niño nos ve que somos blancas se pone a llorar, y ellas a reír… con todo el ambiente que hay, hay espacio para la sonrisa. En España tienes a los niños entre algodones, y aquí está en el patio con la vía jugando… También hay mucho sentimiento de comunidad. Madres cogiendo al niño de otra para calmarlo, technical officers dándole un mensaje a una madre para se lo diga a la otra que en ese momento no está, padres que saben inglés que traducen lo que les dices a chichewa… Entre ellas se ayudan.
María: En Malaui, si el niño tiene que hacer una radiografía, sin problema: la madre coge al niño, y vamos a hacer la radiografía. O ir a ver al dermatólogo: nos echamos el niño a la espalda, y a ver al dermatólogo. En Barcelona, el dermatólogo iría a ver al niño. Otro tema es el de los jarabes: en Barcelona, hasta los 8 años todo tiene que ser en jarabe, porque que un niño tome una pastilla puede generar un trauma. Aquí da igual, si un niño tiene que tomar una pastilla, o la madre lo obliga, o se tritura a golpes…
Rasha: …he visto a niños de 3 meses tragar pastillas!
María: ¿y que se sature el hospital porque no hay camas? ¿Cómo que no hay camas? ¡Yo veo camas!
Raquel: ¿y el oxígeno compartido?
Rasha: ¿y el niño que lleva un mes en la colchoneta, que la madre lleva un mes ahí con él, ayudándolo a comer, sin quejarse…? Y ahí siguen, todos los días, dándole de comer por la sonda. Las madres tienen una paciencia infinita. Son supervivientes. Y ellas viven sentadas en un banco del hospital, o durmiendo debajo de la cama. Es increíble.
María: de hecho, he normalizado muchas cosas que ahora me parecen increíbles que se hagan en el primer mundo.
¿Y cómo impacta la burocracia en España?
En España el papeleo te quita un montón de tiempo, pero aquí, cuando ves un niño que lleva un montón de días en el ward, al que todo el mundo le ha ido dejando notas a mano en un papel gastado... es imposible entender qué se le ha hecho y qué se le tiene que hacer. Y eso significa que lo que se le tiene que hacer, no se le acabará haciendo.
¿Cómo creéis que evolucionará el sistema sanitario en Malauita en los próximos años?
Raquel: es una pena que el sistema sanitario público dependa tanto de cooperación internacional, pero el problema es que el sistema no invierte en el sistema sanitario. El estado pierde mucho personal cualificado porque no pagan lo suficiente, ni a enfermeras ni a médicos. ¿Las cosas van a mejorar? Sí, probablemente, pero es una lástima que tenga que ser gracias a los proyectos de cooperación internacionales.
María: estamos acostumbrados a que en nuestro país, la sanidad es un derecho, el hospital no se le niega a nadie. A mi me da la sensación de que en Malaui, conforme la gente vaya tomando más poder económico, la sanidad se va a volver privada.
Rasha: lo que veo es que la gente tiene que tomar conciencia de que la sanidad es un derecho. Que llegue la idea de que se puede cambiar lo que hay, plantándose, exigiendo unos profesionales que trabajen mejor. Y que de rebote, los profesionales pidan mejores condiciones laborales, presionando al gobierno. Así creo yo que se consiguió que el estado proporcionara ceftriaxona, que antes sólo venía de los proyectos de colaboración.
¿Cómo afecta el VIH a vuestro día a día?
Raquel: No nos afecta. Tratamos a todos los niños igual. Se intenta no estigmatizar a los pacientes y no se suele mencionar la palabra VIH o SIDA, sino seropositivo o seroreactivo.
María: Nos afecta cero, no lo veo como una amenaza para mi día a día.
Rasha: A mi me da más miedo la tuberculosis, porque los niños te tosen en la cara… pero pienso que cuando llegue a España ya me lo miraré. Como a todos los niños se les hace la prueba del VIH y se les pone un sello, ya sabes qué niños lo tienen y cuáles no, así que puedes estar tranquila si hay algún percance.
Raquel: Lo que sí vemos es que hay un poco de estigma en la población. Para referirnos a los niños, decimos que es un niño de Baylor, ya que Baylor es el proyecto que se encarga especialmente de los niños VIH positivos. Se estima que el 14% de la población adulta tiene VIH, pero estamos seguras de que es un valor infravalorado. La gente no se hace la prueba. Hay educación sexual y se regalan preservativos en las escuelas, pero poca gente los usa.
¿El gobierno tiene dinero para tomar medidas?
María: Sí. Eso te lo dicen todos los malauitas. Hay mucha corrupción. Por ejemplo, hoy mismo, volviendo del trabajo, le hemos preguntado al taxista por qué le daba dinero a un hombre de la calle, y nos ha dicho que se lo daba porque estaba haciendo una buena labor. Ese hombre estaba arreglando el asfalto, y eso lo paga la gente, el pueblo. Cuando le pregunté que por qué no lo pagaba el gobierno, se rió, cómo diciendo ¿pero tú dónde has nacido? Malaui tiene recursos. Como no tiene oro o diamantes, el mundo occidental no ha fijado sus ojos en Malaui, pero Malaui tiene recursos.
¿Qué recuerdo os llevaréis de Malaui?
Rasha: las sonrisas, la alegría de la gente. Las sonrisas tan grandes de los niños. Sobretodo, mujeres y niños. Los hombres son más reservados... pero es que estas sonrisas sólo las he visto aquí.
María: y es que todo tiene color. Las telas… y también me llevo la experiencia de las seis que hemos estado aquí. En Malaui hemos llorado juntas, hemos viajado juntas, lo hemos vivido todo juntas. Siempre buscamos el momento de estar las seis y hablar del día, conocernos más… Es innegable que nos ha tocado un muy buen grupo, desde el primer día ha ido rodado, y mira que todo el mundo es de su madre, pero ha sido genial desde que nos conocimos. Sé que es una respuesta super típica, pero es que es verdad.
También estamos hasta los cojones de que nos intenten timar en cada esquina. Vale que somos blancas, somos super afortunadas y no podemos comparar con las oportunidades que tienen aquí. Me timarás con los precios de los aguacates y no pasa nada, pero con los precios de cosas turísticas, me intentas meter unos palos…
Raquel: Estoy totalmente de acuerdo con ellas y añadiría el jitenje y su simbología. El pañuelo con el que llevas al niño a la espalda, que le hace de sábana, con el que lo limpias… y que también se convierte en el féretro del niño. Es como un ciclo.
María: hoy lo he visto. Una madre, al ver al niño muerto, se ha quitado el kitenge, lo ha tirado encima del niño, y se ha ido. Lo ha dejado ahí para que alguien envolviera al niño.
Rasha: la sensación en general es muy buena. Además los recuerdos malos los va borrando el cerebro que es muy sabio.
Raquel: ya, y los momentos malos son sensaciones más de rabia que de tristeza. El día a día nos agota mucho más por la barrera idiomática…
María: y vamos super cansadas. Con el technical officer hablamos en inglés, con las madres con signos… y no tengo ni idea de qué es lo que le está pasando al niño. Es súper agotador. En casa, a las 22:00, todos estamos en la cama. Nunca había dormido tanto, y nunca me había sentido tan cansada.
Raquel: A nivel laboral, me quedo con el recuerdo del magnífico personal con el que hemos coincidido y convivido, con saber gestionar momentos de estrés, momentos en los que no me puedo comunicar, buscar soluciones… Una experiencia inolvidable y ¡Ah! En Malaui hemos comido los mejores aguacates del mundo. ¡Quiero que esto conste en la entrevista!
Ellas son María Gómez, Raquel Adsarias, Rasha Pérez y Beatriz Sánchez. Viven en Lilongwe, Malawi, desde hace 5 semanas.
Rasha, María y Raquel, nuestras doctoras favoritas |
¿Por qué habéis venido a Malaui?
Maria: es por un motivo personal. Quiero conocer el mundo. Normalmente vives en una parcela, aislada del mundo, y esta es la manera de saber qué es lo que está pasando fuera de ella. Siempre he querido saber qué pasa en el mundo. Cuáles son las reglas que rigen el mundo, que además, son muy diferentes de las que vives en el tuyo. Y ser médico te permite entender las entrañas de lo que está pasando, y te llevas lo mejor y lo peor de los sitios. Es un motivo totalmente egoísta, porque es para conocer el mundo, y apreciar las cosas que has perdido por el camino.
Rasha: A mi me ha interesado siempre la cooperación con países en vías de desarrollo, así como las luces y las sombras que integra. La cooperación también tiene intereses, y se basa en muchos casos en dar el pez sin enseñar a pescar. Pero como en todo, hay que conocer las cosas desde dentro para saber cómo funcionan y qué puedes hacer desde tu parcela. Otro de los motivos es que tampoco tenía del todo claro si yo era capaz de hacer cooperación, porque en tu país tienes más comodidades y se hace medicina de forma totalmente diferente. Nosotras venimos a trabajar codo con codo con los médicos de Malaui. La parte mala que veo es que no podemos formar a otros estudiantes, ya que tenemos dificultades para comunicarnos en un idioma que no es nuestra lengua nativa, y además tampoco somos expertas en enfermedades tropicales. Venimos a sacar trabajo pero, como residente, sobre todo vienes a aprender. Este proyecto te mide, te muestra si vas a ser capaz de tirar adelante, sintiéndote cómoda, tanto con sus luces y sus sombras. Participar aquí hace que te lleves una experiencia personal que te influye totalmente.
Maria: Sí que es un proyecto que, aunque cada una venimos por su propia razón, hay un montón de objetivos compartidos… todas venimos a aprender y a trabajar.
Rasha: También vemos que aquí la esterilidad, el confort del paciente… muchas veces no es lo más importante. Hay los recursos que hay. Cuatro pacientes comparten una cama. Pero hay otras cosas que no tienen nada que ver con los recursos que no se tienen en cuenta. Por ejemplo los guantes estériles. Nosotras vimos al principio que no se usaban los guantes estériles, que existen en el hospital. En mi hospital no se hacen punciones lumbares sin guantes estériles, y es lo que hemos aplicado en Malaui. Y sí que veo que con estas pequeñas acciones transmitimos esa preocupación aquí. A veces también te vuelves más permisiva porque los recursos no te permiten ser más exigente. Aquí no se puede sedar porque no hay fármacos… y no puedes.
Raquel: Mi motivo principal es el de aprender a trabajar en un país en vías de desarrollo, conocer una nueva forma de trabajo y concretamente en la mejora del manejo del paciente pediátrico grave o de urgencias.
Beatriz: Vine porque siempre quise hacer algo de cooperación y esta es una oportunidad. Mi idea inicial no era pediatría, pero me está sorprendiendo para bien. Y creo que es algo que se tiene que hacer en la vida.
¿Qué diferencia hay entre cooperación y voluntariado?
Rasha y Maria: Voluntariado es gratuito, pero cooperación no. Por ejemplo, el personal que trabaja en Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja, tienen una nómina. En este programa, venimos como residentes, dentro de un programa formativo de cuatro años y que te dejan hacer una rotación externa. Y nosotras decidimos hacer parte de nuestra formación aquí.
El principio de viabilidad de un proyecto de cooperación es que cuando tú te vayas, el proyecto siga adelante. Si el proyecto de cooperación depende de tí, eso no va a ningún lado. Este proyecto es especial porque vienes a trabajar de tú a tú, cobrando el sueldo de la residencia, desde nuestro país. Sentimos que estamos a la misma altura que nuestros compañeros malauitas. Vienes a trabajar en la estación pico de malaria. Ofreces mano de obra ahora que lo necesitan. Cuando marchemos habremos aportado nuestro trabajo, y esperamos algunos conocimientos. Pero no un plan desarrollado para que siga funcionando cuando no vengamos.
La gente del proyecto, tras 10 años de trayectoria, ve que la sanidad malauita evoluciona, y el hecho de que haya alguien trabajando codo con codo genera retroactividad. Vemos otros casos en que los consultants se sitúan en un puesto diferente, ya que generalmente no ven pacientes y sólo responden dudas. Pero nosotras ofrecemos nuestras manos, es decir, nuestro trabajo. Nos preocupamos por los pacientes porque son nuestra responsabilidad, y creemos que los médicos malauitas lo ven. Al no estar en una posición de superioridad, creemos se genera una cooperación dónde todas las partes aprenden.
Habladnos más del proyecto
Rasha: El proyecto lo montó una adjunta que es psiquiatra. Empezó ayudando a unas monjas misioneras. En una época de bonanza en las arcas aragonesas, había dinero para emprender multitud de proyectos. Sacaron una bolsa de trabajo de colaboración con Malaui. Ella quería montar una proyecto de psiquiatría, pero cuando llegó aquí vio que la psiquiatría aquí no era tan necesaria como la pediatría. Tras la crisis, el dinero se acabó, así que una manera de mantener el proyecto era usar a los residentes, ya que se pagan con su contrato de formación. También se venden calendarios que usan para comprar medicamentos. Hace unos años, nuestro proyecto era la única fuente de ceftriaxona en el hospital.
Al principio venían dos personas, un médico y una enfermera. Pero cada vez se ha ido sumando más gente. A las enfermeras que acompañan a los residentes de pediatría que no son a su vez residentes, se les paga el viaje y 500€ al mes, para los gastos en Malaui. Con eso te pagas básicamente el alojamiento y las comidas. Por el dinero obviamente no lo hacemos, porque aquí vas a gastar más dinero del que vas a ganar. Pero por supuesto, te llevas un gran beneficio personal y profesional. Como siempre que viajas, que siempre te compensa.
¿Cómo es vuestro día a día?
Raquel: Nuestro día empieza a las 6:30. Desayunamos juntas, y a las 7:15 vamos andando hasta el hospital, unos 45 minutos, vestidas de azul con el uniforme. Llegamos al hospital, dónde se realiza el pase de la mañana, donde se comentan los pacientes ingresados en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) y se explican las defunciones de la noche anterior. En el sistema español, se explican los ingresos en vez de las muertes. También se debate entre los compañeros cada defunción para mejorar el sistema de trabajo: cuál ha sido la causa de la muerte y qué se ha hecho para poder evitarla. Luego se hace una sesión formativa de actualización pediátrica para todo el staff. Posteriormente empieza el trabajo en la sala de urgencias. La sala de urgencias tiene unas 30 camas, de esas 30 camas, 3 son pacientes muy graves, y más o menos hay unos 3 pacientes por cama, junto a sus madres. Con los clinical officers coordinamos cuál es la zona de camas de cada una. Establecemos plan de acciones, trasladamos a pacientes… Y suele haber un adjunto con el que consultar las dudas de pacientes más complejos. Nuestra intención siempre es visitar a los pacientes con un estudiante de medicina malauita, para que ellos aprendan lo que puedan de nosotros, y que nos ayuden con el idioma, el chichewa. De 12:00 a 14:00 el ward se queda vacío, es la hora de la comida, excepto por nosotras que comemos en horario español, entre las 14:00 y las 15:00.
Otra cosa que intentamos es que las pruebas de laboratorio se lleven a cabo. En Malawi no existe la función de celador y no hay una persona determinada en transportar las pruebas realizadas al laboratorio, por lo que cada una lleva las pruebas de sus pacientes, porque de lo contrario se quedan olvidadas o perdidas en la sala de urgencias. En nuestro día a día también nos encontramos que no hay suficiente sangre en el banco de sangre para hacer transfusiones. Tienes que ir yendo a ver si hay sangre. Vas por la mañana, vas por la tarde, vas mañana… hasta que llegue sangre. Los niños tienen prioridad si su familia son donantes de sangre; y si no hay sangre cruzas los dedos para que el niño aguante hasta que haya sangre.
Y así es, hasta las 16:00, que entra el equipo de guardia, a los que se les comenta los pacientes más graves de la sala de urgencias.
Entonces llegamos a casa, muertas de hambre, en tuktuk, tras negociar el mismo precio que negociamos cada día. Comentamos que tal ha ido el día. A veces salvamos vidas, pero a veces no.
Rasha: Esto lo comentamos porque nosotras no estamos acostumbradas a que se nos mueran tantos niños. No estás acostumbrada a que se te muera un niño por una bronquitis. No te acostumbras nunca, pero conforme más lo ves lo sobrellevas algo mejor. Pero aún así...
María: Hoy, Rasha y yo, estábamos en cada cama con un paciente. Hemos oído que Raquel nos llamaba gritando. Eso significa que hay un niño parado. Una estaba haciendo el masaje, otra ventilando… esto no pasa en tu país. Los niños no llegan tan graves. En un hospital de ahí, un niño parado está monitorizado. Está con millones de cables, con adjuntos al lado… no tienes que reanimarlo tú. Aquí intentas reanimar, 20 minutos, no ha remontado, no conoces al paciente… has hecho todo lo que has podido, ves a la madre que está llorando, le das una palmada en la espalda, y vuelves a mirar a los otros pacientes con los que estabas. Esto no pasa en España. Aquí, tienes que abstraerte, porque tras intentar una reanimación, tienes un montón de trabajo más.
Hay semanas que tienes tres reanimaciones al día. Y no salen bien. Para que un niño se pare, tiene que estar muy enfermo. Y aquí no se intuban a los pacientes. Cuando un niño está parado, o respira por si solo, o tras un tiempo tienes que parar. Y parar significa que el corazón le late, pero como nadie puede estar dando insuflaciones, respirando por él 24 horas al día, la opción es dejar de asistirlo. El niño está vivo, pero como no se puede intubar y nadie va a quedarse toda la vida ventilando, el niño va a morir.
María: La experiencia en el hospital no son las condiciones. El primer día te impacta, pero lo superas. La madre está comiendo al lado mientras la otra está durmiendo y entre ellas se despiertan… cero manías. Son las condiciones de aquí, no hay más recursos. Esto en Barcelona o Zaragoza es impensable. Las madres colaboran mucho y a eso te acostumbras muy rápido. Pero lo de que se te mueran los niños por cosas que en tu país no se morirían… porque no lo quieres pensar, pero…
Raquel: de mis últimos días, tengo dos recuerdos felices y dos que no. Uno de los felices está relacionado con un niño muy grave con malaria cerebral que estaba convulsionando constantemente. Con la madre no nos entendíamos, porque ella hablaba chichewa y yo inglés. Le expliqué como pude que si el niño convulsionaba, me avisara. Y eso hizo: ella me avisaba siempre que convulsionaba. Pasaban los días, ella me iba avisando… y un día el niño desapareció. Eso significa que o ha mejorado y lo han trasladado o que ha fallecido. Al cabo de los días, la madre vino a despedirse con su niño en el jitenji, y el niño mirándome, normal, totalmente recuperado, ¡No podía creerlo! Ese día fue increíble.
Rasha: Las madres, además, se quedan con tu nombre, te dicen que se van a casa… realmente ves el agradecimiento. Es lo mejor de la profesión. Que te reconozcan el trabajo es lo mejor. Además, ver una recuperación de una malaria cerebral, en la que el paciente está prácticamente en coma, y ver cómo prácticamente se recupera completamente es increíble. Las madres te ven, te sonríen, no saben decirte nada pero te señalan al niño alegres, como diciendo “¡mira cómo está!”
¿Qué diferencia hay entre un hospital de Cataluña y uno de Malaui?
María: Lo evidente es que los recursos no son los mismos. Es innegable. Pero la diferencia que más te llama la atención es la enfermedad en sí. Que los niños estén enfermos porque no han comido es difícil de aceptar. Que la malnutrición sea la principal causa de muerte es increíble. Claro, realmente es la malaria, pero la malaria no se pasa igual si pesas 30 kilos que si pesas 15. Y también impacta que aquí se le hace la prueba del sida a todos los niños que entran al ward.
Rasha: También me parece increíble el personal. A veces decimos que no hay problemas de personal, porque hay bastantes clinical officers, que es un rol que en España no existe. Son personas que sólo estudian 3 años, pero pueden ejercer como médicos. Son los que prácticamente llevan el hospital. Como son un rol que sólo existe en Malaui, ellos no se pueden marchar a otros países a trabajar, cosa que sí que hacen los estudiantes de medicina. Lo que pasa es que los technical officers no se mueven tanto como lo hacemos nosotras. Nosotras vemos un niño con hemoglobina a 3, y te disparas a buscar la sangre para hacer la transfusión. Pero ellos no, lo dejan apuntado y esperan a que se haga. También tenemos que pensar en lo que cobran y las horas que le echan. Les pagan 4 duros, y hacer así el trabajo es una forma de sobrevivir al estrés. Hay 400 niños ingresados y sólo hay 4 technical officers por la noche. Son unos volúmenes de pacientes enormes para tan poco personal… y desde luego puedo entender que si no te pagan bien, te vayas a otro país. ¿Por qué este niño se ha muerto esta noche? Pues porque sólo había una persona en el ward, y si no lo ve porque la madre no lo avisa, no puede hacer nada. A veces es la desidia de la gente, pero también hay que entender la situación en la que se encuentran los médicos malauís. 100 niños por médico, niños que no son fáciles, muy y muy graves. Son los mismos que también tienen que atender a la UCI. Son unas cantidades de trabajo muy salvajes.
Raquel: Otra cosa: Aquí, los niños llegan muy, muy tarde. Antes de venir al hospital, han ido al curandero, y han estado ahí un par de semanas. Y como viven a tantos kilómetros del hospital y el transporte es muy costoso para las familias, cuando llegan muchas veces ya es demasiado tarde.
¿Qué es lo que más os ha sorprendido?
Raquel: Las muertes. Ver morir a tantos niños en un período de tiempo tan corto. Hacer tantas reanimaciones al día. Era algo que era impensable. Por suerte, gracias a la cooperación éstas han disminuido más de la mitad y ahora se sitúan en el 3% cada mes.
María: las madres. Las madres no son nada demandantes, son muy conformistas. En España la madre que tiene a su hijo con un poco de fiebre no te deja en paz. Aquí, a lo mejor es por cómo es la vida, pero no te avisan. Al principio crees que es pasotismo. Pero es que no lo ven, no entienden lo que está pasando. Y seguro que no es que no les importe, porque cuando el niño muere, pasan horas llorando en el pasillo. Dejan el kitenge encima del niño, tapándolo, y ya está. En España las madres se acercan al niño, le cogen la mano, le cierran los ojos. Aquí, se apartan, se marchan al pasillo y chillan, lloran, cantan, rezan…
Rasha: a mi también me ha llamado la atención que la gente es muy alegre. En España el ambiente del hospital es un poco lúgubre. Aquí, las madres se ríen un montón con nosotras. Cuando nos oyen hablar en chichewa se ríen a corrillos, sonríen… cuando el niño nos ve que somos blancas se pone a llorar, y ellas a reír… con todo el ambiente que hay, hay espacio para la sonrisa. En España tienes a los niños entre algodones, y aquí está en el patio con la vía jugando… También hay mucho sentimiento de comunidad. Madres cogiendo al niño de otra para calmarlo, technical officers dándole un mensaje a una madre para se lo diga a la otra que en ese momento no está, padres que saben inglés que traducen lo que les dices a chichewa… Entre ellas se ayudan.
María: En Malaui, si el niño tiene que hacer una radiografía, sin problema: la madre coge al niño, y vamos a hacer la radiografía. O ir a ver al dermatólogo: nos echamos el niño a la espalda, y a ver al dermatólogo. En Barcelona, el dermatólogo iría a ver al niño. Otro tema es el de los jarabes: en Barcelona, hasta los 8 años todo tiene que ser en jarabe, porque que un niño tome una pastilla puede generar un trauma. Aquí da igual, si un niño tiene que tomar una pastilla, o la madre lo obliga, o se tritura a golpes…
Rasha: …he visto a niños de 3 meses tragar pastillas!
María: ¿y que se sature el hospital porque no hay camas? ¿Cómo que no hay camas? ¡Yo veo camas!
Raquel: ¿y el oxígeno compartido?
Rasha: ¿y el niño que lleva un mes en la colchoneta, que la madre lleva un mes ahí con él, ayudándolo a comer, sin quejarse…? Y ahí siguen, todos los días, dándole de comer por la sonda. Las madres tienen una paciencia infinita. Son supervivientes. Y ellas viven sentadas en un banco del hospital, o durmiendo debajo de la cama. Es increíble.
María: de hecho, he normalizado muchas cosas que ahora me parecen increíbles que se hagan en el primer mundo.
¿Y cómo impacta la burocracia en España?
En España el papeleo te quita un montón de tiempo, pero aquí, cuando ves un niño que lleva un montón de días en el ward, al que todo el mundo le ha ido dejando notas a mano en un papel gastado... es imposible entender qué se le ha hecho y qué se le tiene que hacer. Y eso significa que lo que se le tiene que hacer, no se le acabará haciendo.
¿Cómo creéis que evolucionará el sistema sanitario en Malauita en los próximos años?
Raquel: es una pena que el sistema sanitario público dependa tanto de cooperación internacional, pero el problema es que el sistema no invierte en el sistema sanitario. El estado pierde mucho personal cualificado porque no pagan lo suficiente, ni a enfermeras ni a médicos. ¿Las cosas van a mejorar? Sí, probablemente, pero es una lástima que tenga que ser gracias a los proyectos de cooperación internacionales.
María: estamos acostumbrados a que en nuestro país, la sanidad es un derecho, el hospital no se le niega a nadie. A mi me da la sensación de que en Malaui, conforme la gente vaya tomando más poder económico, la sanidad se va a volver privada.
Rasha: lo que veo es que la gente tiene que tomar conciencia de que la sanidad es un derecho. Que llegue la idea de que se puede cambiar lo que hay, plantándose, exigiendo unos profesionales que trabajen mejor. Y que de rebote, los profesionales pidan mejores condiciones laborales, presionando al gobierno. Así creo yo que se consiguió que el estado proporcionara ceftriaxona, que antes sólo venía de los proyectos de colaboración.
¿Cómo afecta el VIH a vuestro día a día?
Raquel: No nos afecta. Tratamos a todos los niños igual. Se intenta no estigmatizar a los pacientes y no se suele mencionar la palabra VIH o SIDA, sino seropositivo o seroreactivo.
María: Nos afecta cero, no lo veo como una amenaza para mi día a día.
Rasha: A mi me da más miedo la tuberculosis, porque los niños te tosen en la cara… pero pienso que cuando llegue a España ya me lo miraré. Como a todos los niños se les hace la prueba del VIH y se les pone un sello, ya sabes qué niños lo tienen y cuáles no, así que puedes estar tranquila si hay algún percance.
Raquel: Lo que sí vemos es que hay un poco de estigma en la población. Para referirnos a los niños, decimos que es un niño de Baylor, ya que Baylor es el proyecto que se encarga especialmente de los niños VIH positivos. Se estima que el 14% de la población adulta tiene VIH, pero estamos seguras de que es un valor infravalorado. La gente no se hace la prueba. Hay educación sexual y se regalan preservativos en las escuelas, pero poca gente los usa.
¿El gobierno tiene dinero para tomar medidas?
María: Sí. Eso te lo dicen todos los malauitas. Hay mucha corrupción. Por ejemplo, hoy mismo, volviendo del trabajo, le hemos preguntado al taxista por qué le daba dinero a un hombre de la calle, y nos ha dicho que se lo daba porque estaba haciendo una buena labor. Ese hombre estaba arreglando el asfalto, y eso lo paga la gente, el pueblo. Cuando le pregunté que por qué no lo pagaba el gobierno, se rió, cómo diciendo ¿pero tú dónde has nacido? Malaui tiene recursos. Como no tiene oro o diamantes, el mundo occidental no ha fijado sus ojos en Malaui, pero Malaui tiene recursos.
¿Qué recuerdo os llevaréis de Malaui?
Rasha: las sonrisas, la alegría de la gente. Las sonrisas tan grandes de los niños. Sobretodo, mujeres y niños. Los hombres son más reservados... pero es que estas sonrisas sólo las he visto aquí.
María: y es que todo tiene color. Las telas… y también me llevo la experiencia de las seis que hemos estado aquí. En Malaui hemos llorado juntas, hemos viajado juntas, lo hemos vivido todo juntas. Siempre buscamos el momento de estar las seis y hablar del día, conocernos más… Es innegable que nos ha tocado un muy buen grupo, desde el primer día ha ido rodado, y mira que todo el mundo es de su madre, pero ha sido genial desde que nos conocimos. Sé que es una respuesta super típica, pero es que es verdad.
También estamos hasta los cojones de que nos intenten timar en cada esquina. Vale que somos blancas, somos super afortunadas y no podemos comparar con las oportunidades que tienen aquí. Me timarás con los precios de los aguacates y no pasa nada, pero con los precios de cosas turísticas, me intentas meter unos palos…
Raquel: Estoy totalmente de acuerdo con ellas y añadiría el jitenje y su simbología. El pañuelo con el que llevas al niño a la espalda, que le hace de sábana, con el que lo limpias… y que también se convierte en el féretro del niño. Es como un ciclo.
María: hoy lo he visto. Una madre, al ver al niño muerto, se ha quitado el kitenge, lo ha tirado encima del niño, y se ha ido. Lo ha dejado ahí para que alguien envolviera al niño.
Rasha: la sensación en general es muy buena. Además los recuerdos malos los va borrando el cerebro que es muy sabio.
Raquel: ya, y los momentos malos son sensaciones más de rabia que de tristeza. El día a día nos agota mucho más por la barrera idiomática…
María: y vamos super cansadas. Con el technical officer hablamos en inglés, con las madres con signos… y no tengo ni idea de qué es lo que le está pasando al niño. Es súper agotador. En casa, a las 22:00, todos estamos en la cama. Nunca había dormido tanto, y nunca me había sentido tan cansada.
Raquel: A nivel laboral, me quedo con el recuerdo del magnífico personal con el que hemos coincidido y convivido, con saber gestionar momentos de estrés, momentos en los que no me puedo comunicar, buscar soluciones… Una experiencia inolvidable y ¡Ah! En Malaui hemos comido los mejores aguacates del mundo. ¡Quiero que esto conste en la entrevista!
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